[Por Ignacio Sepúlveda del Río. Universidad Loyola-Andalucía]
En Alemania –país al que en este momento está llegando un alto número de personas migrantes provenientes de Siria- hasta el año 2013 estaba prohibido que las profesoras de instituto usaran el velo islámico o hiyab. El mismo año 2013, en Francia, se publicó el “decálogo laicista” (aunque son 15 normas) para ser usado en los colegios públicos. Según el “decálogo” está prohibido llevar signos o prendas con que los estudiantes muestren ostensiblemente su pertenencia religiosa (curiosamente, se puede usar kipá y crucifijo, pero no la hiyab). Hace unas semanas, en una entrevista dada por Jimmy Morales, candidato opositor a la presidencia de Guatemala, el diario El País le pregunta si “piensa que sus creencias religiosas puedan interferir en su acción política si llega a jefe de Estado”. Estos tres ejemplos –alemán, francés y español- nos muestran la situación de las religiones en el espacio público hoy: mejor mantenerlas en lo privado. ¿Por qué una profesora no podría hacer clases con el velo, o una chica usar el velo –y no estamos pensando en el burqa- en su colegio? O, ¿por qué no se pone problema, como en el caso de la religión, cuando un candidato sigue las ideas de Marx, Friedman, Stuart Mill o Kant?
En los últimos años Jürgen Habermas y Charles Taylor se han formulado y reflexionado sobre estas preguntas.Habermas –filósofo agnóstico- piensa que, tras largos años en que se relegó a la religión a permanecer en la esfera privada, hoy estamos en un momento en que se está volviendo a reconocer al fenómeno religioso su valor y la necesidad de que ocupe un lugar público en la sociedad. Las religiones pueden ser, como en el pasado, un verdadero aporte al diálogo en el espacio público. Para el filósofo alemán la clave de este nuevo momento –que él llama postsecularidad– estaría en la tolerancia y en la capacidad epistemológica de reflexionar sobre lo propio y compararlo con lo ajeno, generando valores comunes y diálogo. La única condición que se impone es que las religiones puedan traducir sus intuiciones morales a un lenguaje que sea universalmente accesible.
En una línea similar a la de Habermas, Taylor –quien, a diferencia de Habermas, es creyente– asume que estamos en un tiempo distinto al tiempo de la secularidad. Si en el pasado la religión fue relegada al espacio privado, hoy en día es el momento de recuperar las intuiciones que la religión puede tener y dialogar con ella en el espacio público. En esto el pensamiento de Taylor es muy similar al de Habermas, pero hay una diferencia. Para Taylor la religión no debe usar ningún tipo de ‘esperanto ideológico’ ofrecido por la razón para comunicar sus ideas. Es decir, la religión no debe buscar ‘traducir’ sus ideas e intuiciones al lenguaje de la razón para ser comprendidos por todos, sino que tiene el derecho de usar su propio lenguaje para comunicar lo que desea comunicar. Inspirándose en la tradición americana, Taylor pone un ejemplo que clarifica este punto: el discurso de Martin Luther King fue entendido por todos sus compatriotas, aunque usó un leguaje claramente religioso. Algo similar podemos ver hoy cuando el papa Francisco nos habla, desde un lenguaje religioso, de “cuidad la casa común”. Las ideas de libertad, igualdad y de la construcción de una sociedad más fraterna y que dignifique al ser humano pueden ser compartidas, con facilidad, por creyentes y no creyentes.
Para Taylor en los espacios de deliberación ciudadana y, sorprendentemente, también en los espacios de deliberación de la legislatura, no se debería exigir un lenguaje neutral. Es decir, en ambos espacios se podrían aducir razones religiosas –así como también se utilizan razones kantianas, utilitaristas y marxistas y nadie se escandaliza- para proponer y defender ciertas ideas. En cambio, lo que no se puede permitir, bajo ninguna circunstancia, es que el Estado deje de ser neutral, es decir, el Estado no puede ser ni cristiano ni musulmán, así como tampoco puede ser marxista, kantiano o utilitarista. El Estado debe asegurar que todos los distintos pensamientos sean respetados.
Las posturas de Taylor y Habermas, con sus semejanzas y diferencias, parecen apuntar a un nuevo tiempo para la vivencia de la religión en el espacio público, independientemente si el lenguaje utilizado en el debate debiera ser ‘traducido’ o no en términos de la razón. Pero para que esto se dé, son necesarias dos condiciones: la primera de ellas es la existencia y vivencia real de una democracia fuerte. Sin una democracia cuyas instituciones funcionen adecuadamente y con pueblo que se involucre en su gobierno es difícil que se pueda generar y vivir un espacio público pluralista donde las distintas religiones e ideas puedan coexistir y dialogar, siendo un verdadero aporte para la sociedad. Junto con una democracia fuerte es necesario que se vivauna verdadera pluralidad de pensamientos y creencias, con suficiente fuerza como para representar distintas posturas en la sociedad. Si existiera un solo pensamiento hegemónico, el diálogo quedaría reducido a un monólogo improductivo.
Este tiempo de postsecularidad trae aparejado, a lo menos, dos desafíos. El primero de ellos es para las comunidades religiosas. Si estas quieren tener un lugar en el espacio y debate público, deben desterrar de su pensamiento y maneras de actuar la tendencia a la apropiación de la Verdad. Es cierto que las comunidades religiosas se sienten depositarias de una verdad revelada que debe ser comunicada a toda la humanidad. El problema es que muchas veces –y la historia nos lo recuerda- las religiones han tendido a imponer su verdad revelada a todas las personas, sean creyentes o no creyentes, sin respetar la libertad de los individuos. En una sociedad pluralista como la nuestra, esto no es posible. Cualquier religión que desee estar y dialogar en el espacio público debe, en primer lugar, comprometerse a reconocer y respetar otros puntos de vista distintos de los propios. Junto con lo anterior, debe asumir que la verdad, en un mundo plural como el nuestro, solo se encuentra a través del diálogo y el encuentro con los otros. El segundo desafío es muy similar al primero, pero a la inversa.El mundo de la laicidad tiende a revestirse de una imagen de racionalidad y neutralidad, pero muchas veces es tremendamente intransigente con los pensamientos que difieren de su postura, especialmente el pensamiento religioso. Así como el mundo religioso tiene el desafío de no arrogarse el dominio absoluto de la verdad y apostar por el diálogo, lo mismo sucede con el laicismo.
Nota final: en el mes de agosto de 2015, Jürgen Habermas y Carles Taylor han recibido conjuntamente el prestigioso Premio Kluge. Este hecho ha pasado bastante desapercibido en nuestros ambientes. Vaya desde aquí nuestro reconocimiento y nuestra enhorabuena.
Fuente http://www.entreparentesis.org/